Miles de ojos de Maximiliano Barrientos abre un camino increíble y paradójico entre la velocidad estática y la puesta en marcha de referentes culturales tan disímiles que parecen imposibles de incorporar en una novela y que resultan en una nueva forma literaria difícil de encasillar: muscle cars, bandas de heavy metal, un culto religioso a la velocidad.
Si Miles de ojos se inscribe dentro del weird latinoamericano lo hace una manera rebelde a irreverente, resistiéndose a la fácil categorización, en palabras del propio Maximiliano Barrientos:
“Me gusta pensar lo weird bajo la noción de los monstruoso, ¿qué es lo monstruoso? aquello que no puede entrar en una categoría, aquello que siempre está abriendo líneas de fuga, excesos y excedentes que impiden esa clasificación. Pensar al weird como género es un contrasentido. […] Esa condición marginal también tiene una carga política que me interesa recuperar aún ahora. El weird no como un género sino como aquello que dinamita la idea de género. Aquello que puede estar escribiéndose desde un lugar, pero en algún momento empieza a aprovechar esas líneas de fuga y que siempre está cuestionando esa noción de clasificación”[1].
La paradoja es una constante en los intentos de categorización genérica como también dentro de la novela misma. Este monstruo inclasificable se nos aparece a medio camino entre la realidad y el sueño, en un tiempo indeterminado en el que el culto a la velocidad se convierte en algo factible dentro del mundo del post capitalismo donde el aceleracionismo parece ser una alternativa viable que nos lleve por fin a la liberación del caos que ya de por sí reina en nuestras sociedades. Oscilando entre el sueño y la realidad se abren contrasentidos capaces de explotar en nuevas visiones del mundo, puesto que en la novela el sueño es narrado como lo real y lo real se ve contaminado por la estática de lo tecnológico y la naturaleza:
Esa noche mi hermano apareció en la habitación. A diferencia de otras veces, no se trató de un sueño. Tenía el cuerpo mutilado, emanaba una luz azul, similar a la que brotaba de mis heridas después de la golpiza que me dieron. Le faltaba un ojo y tenía la frente abierta. Podía verle los sesos. Su carne, en esas condiciones, parecía materia vegetal. No había viscosidad en su organismo, era una fruta abierta (Miles de ojos 123).
El sueño y la vigilia pierden sus delimitaciones para encontrarse en el terreno de las visiones y las revelaciones. El hermano mayor se aparece como en sueños lúcidos o bien en trances que revelan un mensaje confuso, contradictorio.
“Lo onírico acaso sea el registro medular de Miles de ojos, demostrando un acuerdo clásico entre forma y contenido. El argumento se mueve en la atemporalidad de la paradoja; se despliega en la narración del mito y el rito de “liberar al sueño”. La mitológica serpiente que engulle su cola —a la que los griegos antiguos nombraron ouróboros— es el tiempo de la novela, en el que una generación pasa a la siguiente el cumplimiento del eterno rito”. [2]
Este rito sacrificial e iniciático que se pasa de una generación recuerda también a la novela Nuestra parte de noche (2019) de Mariana Enríquez. En Miles de ojos aparece con el motivo de los muscle cars y su poder para la velocidad: el ritual consiste en impactar contra un árbol en específico que pueda “liberar al sueño”. Por su parte en la novela de Enríquez una orden secreta busca frenéticamente a un médium que tenga la capacidad para invocar a la Oscuridad y también liberar sus poderes, aunque se desconozcan las verdaderas motivaciones de ésta y que es una violencia irracional e inhumana.
La presencia del motivo del ritual como escenificación del mito es una constante en estas novelas, llama la atención su recurrencia y la fascinación que causan en sociedades donde las mitologías han desaparecido y los rituales han perdido cualquier valor y se conservan en la mayoría de los casos como formalidades carentes de sentido. En Nuestra parte de noche el rito está subvertido hacia el horror, ya no se trata de la escenificación y la encarnación del mito con los orígenes de la vida y la armonización del cuerpo con el medio natural, benéfico y pródigo sino todo lo contrario: las fuerzas de la naturaleza humana son usadas para su autodestrucción en un contexto de represión sociopolítica que contamina todo el ambiente. Si la magia y su uso ritual originalmente existieron como medios para alcanzar lo divino entendido como algo “más allá de lo humano”, en el contexto del tardocapitalismo y del necrocapitalismo, las élites utilizan su dominio para acrecentar el poder aun desconociendo la finalidad de una violencia descarnada pero que requiere de cuerpos donde dejar su marca: huellas de la mutilación constante que impide el desarrollo de lo humano.
Así en Miles de ojos la hermandad tiene también un designio escatológico; la liberación del sueño —también un dios violento— que repite en la mente de los elegidos los ecos de muertes pasadas y los incita a realizar un “suicidio ritual”. En ellos queda la decisión de si admiten el destino impuesto o se rebelan, aunque las voces los lleven a un punto en el que resistirse parece inútil y tentadora la velocidad: unidad con lo otro: “¿A dónde regresaste?”, pregunta uno de los hermanos suicidas, “A la velocidad absoluta, dijo. El último estado de la materia cuando se purifica”. (Miles de ojos 76)
En la novela de Maximiliano Barrientos, la mutación difumina los límites entre lo humano, la máquina y lo vegetal en una simbiosis hacia lo no-humano. Aquellos elegidos y marcados por la violencia empiezan a transformarse en los engranes de un motor acelerador, pero también en musgo, plantas y flores: “Albergaba monstruosidades. Apreté con fuerza el estómago, lo golpeé hasta que se enrojeció. Si lo habría quizás encontraría flores y pistones” (Miles de ojos 143). Similar a lo que ocurre en la novela de Jeff VanderMeer Annihilation (2014) y en su adaptación al cine en el 2018 dirigida por Alex Garland donde una expedición se adentra en la Zona X, un lugar no regido por las leyes de la física conocidas —nuestras únicas constantes de seguridad en un universo potencialmente inhóspito y violento—. En la tercera parte de Miles de ojos una vez liberado el sueño los humanos se hibridan con el medio ambiente que habitan o más bien: que habita en ellos.
Antecedentes a este “horror corporal” podrían encontrarse en el cine David Cronenberg y muy particularmente en su película Crash de 1996 (basada en la novela homónima de J. G. Ballard de 1973) que apunta al tema de la velocidad y su culminación en el accidente automovilístico como una forma de liberación de la energía sexual. La seducción que produce la aceleración y la tentación de estrellarse o caer a toda velocidad señalan también la contradicción del vértigo; el deseo de muerte (thanatos) en extrema tensión con la pulsión de vida expresada en el sexo (eros) presentes también en Miles de ojos como anhelo irresistible por terminar con lo ya ha comenzado: unirse al sueño. El tema de lo tecnológico en una mezcla-fusión con el cuerpo humano aparece también en la película Titane de Julia Ducournau que se estrena el mismo año de la publicación de la novela de Barrientos (2021).
Si en Titane la simbiosis máquina-humano aparece como cuestionamiento a las identidades sexo genéricas y en Crash el énfasis está en las disidencias sexuales y su expresión a través de violentos “accidentes fertilizadores” en lugar de destructivos, Miles de ojos lleva al extremo la amalgama de temas y géneros oscilando entre el tiempo del sueño y el de la vigilia, entre lo biológico y lo tecnológico: “El viento se estrellaba en su rostro. La velocidad era indistinguible del ruido que emitía el pez al desplazarse por el cielo. Vibraba en su cuerpo. Se originaba en sus células y se desplazaba al motor y volvía a su cerebro y circulaba por su médula espinal” (235). En Miles de ojos vemos la naturaleza de lo tecnológico, el borramiento de fronteras entre “lo natural” y “lo artificial” siendo que todo pertenece a un mismo universo en donde el ensamblaje es lo que constituye a la máquina, pero las partes se extraen siempre del medio ambiente. La novela de Maximiliano Barrientos nos conduce hacia un extrañamiento y ambigüedad que es capaz de hacer explotar las categorizaciones genéricas y mostrar que también violencia y velocidad son una constante en el universo.
Esta novela monstruo-simbionte se desarrolla en conjunto con estéticas que muestran los profundos entrelazamientos entre la máquina y el cuerpo humano; la velocidad y la aceleración como belleza fatal inherente al universo y por tanto naturales al ser humano; la velocidad nos contiene y contenemos violencia a la espera de ser liberada. Combinaciones, mezclas, amalgamas y uniones señalan hacia la paradoja de lo que escapa a nuestras delimitaciones y definiciones. Si en la novela de Mariana Enríquez el horror del ritual es una forma de expresar el contexto histórico de Argentina, Miles de ojos parte de la desertificación del lugar específico y pone en marcha lo incomprensible del horror cósmico, de la muerte y la indeterminación: “He nacido. No tengo historia, soy el desierto cósmico: respírenme”. (Miles de ojos 242)